En pleno centro de Xalapa, existe un callejón, en forma de pendiente, que la leyenda inmortalizó hace varios siglos por una desventura que empañó de sangre su suelo empedrado
Como diría el poeta Vicente Huidobro hay gente que va pegada a su muerte como un pájaro en el cielo.
En pleno centro de Xalapa, existe un callejón en forma de pendiente, que la leyenda inmortalizó hace varios siglos por una desventura que empañó de sangre su suelo empedrado.
La historia es triste, de tragedia griega, como una neblina espesa que encontrara a su ciudad dormida. México era colonia, Xalapa una Villa y el callejón aún no conocía la sombra de los enamorados. Pero un día, una pareja de ascendencia española llegó a radicar aquí. Formaba parte de la familia, una adolescente de apenas 17 años. Cosme, un joven xalapeño de 18, quedó prendido de su belleza en cuanto la vio. Para su fortuna, los padres de la muchacha aceptaron en poco tiempo que fueran novios de permiso.
Al final del callejón, la Iglesia de San José ya bendecía con su aliento a los que se unían en matrimonio. Los novios debieron soñar muchas veces que las campanas repicaban por ellos. Lo cierto es que, al igual que la primavera, deseaban comunicarle al mundo lo que sentían.
El balcón de la novia, con sus rejas, fue muchas veces una ventana abierta a la melancolía. Las charlas nocturnas de los apasionados eran cartas al infinito que nadie leyó.
Tantas veces caminó Cosme este callejón, que sus pasos ya presentían las corrientes subterráneas del alma. No hubo luna ni estrellas en el techo del cielo xalapeño, cuando la novia recibió con un beso a su enamorado. Un chipi chipi acechaba intermitente los tejados de las casas. Y algunos charcos ansiaban en silencio la profundidad del mar.
La envidia amorosa tuvo la silueta del primer errante de la tierra; la navaja fue un relámpago cortando la piel del destino. Cosme cayó sin remedio, mientras su espalda pedía una caricia que la llovizna atendió de inmediato.
No muy lejos, un ebrio huía del silencio atronador del crimen. Antes del último suspiro, Cosme sintió la tibieza de unas manos en su rostro. La novia había ya acudido en su auxilio. Sollozando de dolor, expresó: “Cosme, que Jesús te ampare”. El novio llevó consigo aquellas palabras. Y la neblina lo halló dormido.