*El caso de Topilejo: el primer caso de desaparición forzada y asesinato de más de cien personas cometidas por el Estado
Por: Camus
Xalapa, Ver., 09 de noviembre de 2023.- La figura de Plutarco Elías Calles fue emblemática, toda vez que personificó a quien trató a toda costa de mantener el poder hegemónico de facto; Calles no fue un militar destacado, al menos no como todos aquellos caudillos que participaron en la Revolución y que regresaron llenos de gloria por las batallas que habían emprendido y que involucraban a miles de combatientes. Calles fue un militar hecho en campaña, pero no gozó de grandes triunfos de batalla como las sostuvo su antecesor y mentor político y militar: el general Álvaro Obregón Salido.
Sin embargo, lo que sí logró Calles, fue ser un gran político que dio continuidad al proyecto de nación emprendido por Obregón y que buscaba, por fin, dar final al caos social y reconfigurar al país a través de un orden social y político que garantizara la preservación del Estado y sus directrices, esto a través de las instituciones políticas.
De esta manera, el nuevo proyecto de nación post revolucionario vio la luz en el gobierno de Obregón y se consolidó a través del Gobierno de Calles, consolidación que se dio incluso con la creación de un nuevo partido político, el Partido Nacional Revolucionario (PNR) con el cual Calles instrumentó y legitimó la posesión del poder político en una posterior sucesión hegemónica de fuerzas, más allá de los supuestos procesos democráticos que comenzaron a realizarse.
Terminado su cargo como Presidente de la República, Plutarco Elías Calles, autonombrado el Jefe Máximo de la Revolución, sostuvo de facto un poder que fue más allá de dos administraciones presidenciales (con Cárdenas no pudo, Cárdenas había visto las intromisiones de Calles dentro de los gobiernos posteriores y lo mandó exiliado a Estados Unidos, antes de despedir de su administración a todos los funcionarios callistas), llamado, precisamente, “el periodo del Maximato”; de hecho existe una relación de cartas que le eran enviadas a Calles, después de haber concluido su mandato, en las cuales, diversas personalidades de la política nacional e internacional, como por ejemplo, gobernadores de diferentes estados de la República, así como embajadores de España o de países sudamericanos, que le pedían en todo momento su intervención para allanar cualquier problema, negocio o asunto personal que requiriera de su intervención y abriera, a través de sus influencia política, la posibilidad de conseguir con éxito la petición realizada; incluso, la solicitud de consejo por parte del gobernador de Jalisco para reprimir una manifestación estudiantil en aquel tiempo; así era como Plutarco Elías Calles continuaba gobernando a pesar del recelo de Emilio Portes Gil (quien fue presidente interino después del asesinato del presidente electo Álvaro Obregón), Pascual Ortiz Rubio o Abelardo L. Rodríguez, en aquel entonces el hombre más rico de México, que traficó licor a Estados Unidos, cuando en los años 30 estaba prohibido, que tuvo incontables casas de apuestas en Cuba, y que fue llamado “El Embajador de la mafia”.
Fue el en el proceso de elección de 1929, que buscaba “suceder” a Calles, donde participa por primera vez el Partido Nacional Revolucionario (PNR), organismo político antecesor del PRI, partido que impulsó y propuso para la presidencia al michoacano, el general Pascual Ortiz Rubio, como candidato oficial; el otro contendiente opositor fue el oaxaqueño José Vasconcelos Calderón, quien fuera en el gobierno de Álvaro Obregón, Secretario de Educación Pública, y era abanderado por el antiguo Partido Nacional Antirreeleccionista (PNA) (partido que tiempo atrás ya había competido contra la reelección de Porfirio Díaz en varios comicios y que llevó a la presidencia a Francisco I Madero); en esta primera elección triunfó el llamado partido oficial, el Partido Nacional Revolucionario (PNR); triunfo que fue cuestionado por un sinnúmero de irregularidades y donde se acusó de fraude electoral la victoria de Pascual Ortiz Rubio.
José Vasconcelos no aceptó el triunfo y se autoexilió a Estados Unidos donde criticó fuertemente al gobierno de Calles y amenazó con un levantamiento armado a través del Plan de Guaymas; fue en estas circunstancias donde se llevó a cabo un suceso infortunado, el atentado con arma de fuego contra el Presidente Electo, Pascual Ortiz Rubio; un simpatizante de José Vasconcelos acudió a la toma de protesta de Ortiz Rubio y acercándose a él le disparó en el rostro destrozándole la mandíbula; Ortiz Rubio no murió pero la serie de persecuciones, detenciones y asesinatos que fueron el resultado de este suceso generó una de las más funestos antecedentes de desaparición forzada realizadas por el Estado y donde murieron, se dice, más de cien personas.
Luego del atentado, fue designado un ex militar villistas de nombre Eulogio Ortiz, “El güero Ulogio” para realizar “las investigaciones” a través de la policía secreta o política, o “la reservada” como la llamaban; “el Güero Ulogio se dio a la tarea de detener a todos los simpatizantes del candidato del Partido Nacional Antirreeleccionista sin orden de aprehensión, deteniéndolos en sus trabajos, en las calles, sacándolos de sus casas con el pretexto de ser investigados, sin embargo, el 14 de febrero de 1930 fueron enviados a la Hacienda de Narvarte donde se encontraba el Campo militar 51, bajo las órdenes del General Maximino Ávila Camacho. Sí, ese nefasto militar y político quien cometió en su vida atrocidades bajo el amparo del poder como gobernador de Puebla y protegido por su hermano, quien fue presidente de la República, Manuel Ávila Camacho. Tíos del empresario xalapeño Justo Fernández Ávila.
Entre las personas detenidas hubo dos que salvaron la vida, uno gracias a la intervención de un importante funcionario del gobierno, el secretario de Relaciones Exteriores, Genaro Estrada (quien era amigo de Calles) el poeta tabasqueño Carlos Pellicer y el escritor de izquierda, José Revueltas quien, sin la mediación de nadie, fue trasladado al Palacio Negro de Lecumberri y posteriormente a las Islas Marías. Los demás, entre ellos intelectuales y antiguos militares revolucionarios obregonistas fueron conducidos a la Hacienda de Narvarte, donde estaba instalado el Cuartel Militar 51 y ahí se les ató a todos de pies y manos, se les llevó más allá del cerro de Ajusco, rumbo a Cuernavaca, cerca de la población de Topilejo, ubicada al sur de la Ciudad de México, donde se les obligó a cada uno a cavar su propia fosa y después se les colgó de los árboles, hasta asfixiarlos. Uno de los militares se balanceaba sujeto a las piernas de los ahorcados para garantizar la asfixia.
“Pobrecitos, pobrecitos, Ya se los llevó a todos la chingada. Pero qué quieren que yo haga si sólo cumplo órdenes del superior” Sentenció Maximino Ávila Camacho quien estuvo encargado de atarlos con alambres de pies y manos y quien posteriormente, de manera cobarde, negó su participación en estos hechos, también lo negó “El Güero Ulogio” y sí amenazó de muerte a familiares de los desaparecidos quienes pedían que se investigarán más a fondo estos sucesos para llevar a la cárcel a los culpables.
Un mes después de las desapariciones, en marzo de 1930, el perro de unos campesinos que vivían cerca del lugar localizó un brazo de una de las víctimas, estos dieron aviso a las autoridades quienes lograron desenterrar alrededor de cien cadáveres.
El Partido Nacional Antirreeleccionista exigió a las autoridades una investigación exhaustiva y acusó al “Güero Ulogio” de ser el autor de los asesinatos; el cual declaró que esas acusaciones eran infundadas y una calumnia de reaccionarios para desestabilizar las grandes conquistas realizadas por la Revolución Mexicana. La petición del Partido Nacional Antirreeleccionista nunca se escuchó y sí se guardó silencio, prohibiendo a los medios cualquier investigación sobre el asunto.