López Obrador apostó por un Estado de bienestar de economía mixta, que trabaja de la mano del libre mercado, pero con un control en áreas clave del desarrollo nacional.
Dr. Alberto Cruz Juárez
A decir de muchos economistas ortodoxos (de corte neoliberal y globalista) la suerte económica del país estaba echada con la llegada al poder de López Obrador. Endeudamiento externo, inflación galopante, desempleo rampante y una depreciación súbita del peso mexicano frente al dólar serían el sello de esta administración. Todos ellos -continuaban señalando- síntomas de un dictador izquierdista, sin ningún conocimiento sobre la economía y violador de las instituciones. La realidad no pudo ser más amarga para los opositores: una economía sólida en lo macroeconómico, con un mercado interno dinámico, con una fortaleza cambiaria, junto con una aprobación presidencial de casi el 70%.
Es por ello que para muchos resulta sorpresivo ver lo bien que se ha comportado la economía mexicana en el contexto mundial después de la pandemia, en un escenario en donde incluso una parte importante de las economías desarrolladas luchan por salir de la recesión y otros más por evitarla (Alemania y EUA, por ejemplo). Recientemente el INEGI publicó un crecimiento de 3.6% en el primer semestre de este año para la economía mexicana. Entonces ¿Son estas cuentas alegres que esconden una realidad de un desastre económico que se avecina a fin de sexenio? Veamos…
Fue durante la pandemia cuando las economías nacionales se desplomaron a niveles sin precedente. Ante ello la respuesta que promovió el Fondo Monetario Internacional (FMI), y en general las agencias económicas internacionales, fue aplicar las recetas acostumbradas: solicitar créditos (endeudamiento), medidas de promoción y rescate, principalmente al sector empresarial. Mucho se criticó en aquel entonces de que el gobierno mexicano no cayera en la tentación del endeudamiento, en momentos en que el sector empresarial exigía furioso la condonación de impuestos, vaticinando que, si no se hacía, la economía tardaría años en volver a niveles económicos pre pandemia.
A contracorriente de lo que las medidas ortodoxas dictaban desde los grandes centros financieros internacionales, en México se siguió una política económica que bien podríamos llamar pejenomics, para hacer referencia a un modelo de crecimiento con políticas económicas de corte keynesiano con visión social, pero preservando los grandes equilibrios macroeconómicos al puro estilo neoliberal. Se trata de una combinación sui generis de medidas para apoyar a la economía popular mediante transferencias a las familias, pero cuidando las variables macroeconómicas, con un fortalecimiento de la capacidad de gestión del Estado en rubros estratégicos.
En la búsqueda de un nuevo proyecto de nación en el contexto de la reconfiguración de la economía mundial, caracterizada por la desdolarización, el surgimiento de regionalismos y neoproteccionismos (Guerra EUA y China, por ejemplo), López Obrador apostó por un Estado de bienestar de economía mixta, que trabaja de la mano del libre mercado, pero con un control en áreas clave del desarrollo nacional.
Su política económica, mezcla sui generis entre keynesianismo y neoliberalismo, gira en torno a 4 ejes centrales: 1) Solidez en lo macroeconómico, 2) Fortalecimiento del mercado interno, 3) Soberanía alimentaria y energética, y 4) Fortalecimiento logístico.
En cuanto al manejo macroeconómico es de destacar la pulcritud en el manejo de las finanzas públicas: un equilibrio entre ingresos y gastos públicos, aunque con cambios estructurales en la distribución del gasto y con reformas tributarias que impactan los ingresos, diferenciándola de la política neoliberal. En el primero se observa una redistribución del gasto a favor del rubro social, mientras que en el segundo destaca la prohibición constitucional a la condonación de impuestos, cosa nada menor si se considera que éstas implicaron una sangría al erario de alrededor de 413 mil mdp durante el periodo de Calderón y Peña Nieto. En general, los aspectos macroeconómicos están sólidos: una inflación a la baja, tasa de desempleo en niveles muy bajos, Inversión Extranjera Directa y remesas en niveles récord, así como una fortaleza del peso frente al dólar que ha sorprendido a propios y extraños.
Por su parte, las medidas de fortalecimiento del mercado interno y que se concretan en transferencias sociales a 25 millones de familias mexicanas son: pensión universal para adultos mayores, becas estudiantiles, apoyos para discapacitados y madres solteras, crédito a la palabra y, desde luego, el aumento sin precedente al salario mínimo. Estas también coadyuvan a reducir la desigualdad económica, pues de acuerdo con el INEGI (2023): mientras que los más ricos tenían ingresos 21 veces más altos que las personas del decil más bajo, en 2022 esa proporción fue de sólo 15 veces. El impacto de estas medidas también disminuyó la pobreza: el ingreso laboral para el 10% de los hogares más pobres se incrementó en promedio 29% de 2018 a 2022 (INEGI 2023). En suma, tenemos que una menor pobreza y desigualdad reducen el riesgo de una polarización social, lo que favorece la gobernabilidad, la paz social e impulsa el crecimiento económico.
Asimismo, las acciones en materia de soberanía alimentaria merecen un tratamiento aparte, pues tienen una influencia destacada no solo en la economía nacional, sino también en la seguridad nacional. Aquí, se puede señalar la inversión pública en la rehabilitación de plantas para fertilizantes, los esquemas de precios de garantía para granos básicos (en especial maíz y trigo harinero), el lanzamiento del programa Producción para el Bienestar (apoyos directos a pequeños y medianos productores de granos), el programa Crédito Ganadero a la palabra, así como esquemas de capacitación técnica para la producción. Todas estas acciones tienen el propósito de impulsar la producción de alimentos, clave para que el país disminuya su dependencia del exterior y esencial para garantizar la seguridad alimentaria. Esta mayor producción de alimentos permitirá combatir con mayor eficacia la inflación (misma que sigue a la baja), pues se debe recordar que en el caso de México dicho indicador se ha disparado en gran medida debido al costo de los alimentos.
En materia de soberanía energética se ha realizado una inversión pública histórica en megaproyectos estratégicos que, junto con reformas en el marco jurídico, han permito al Estado mexicano aumentar su capacidad institucional y operativa para incidir en el desarrollo nacional. En este rubro destaca: la construcción de Refinería Olmeca, la adquisición de la Refinería Deer Park en Texas, la rehabilitación de 6 refinerías, el Parque Solar de Sonora, así como la compra de 13 plantas de energía eléctrica a Iberdrola; ésta última permitirá a la CFE controlar más del 50% del mercado eléctrico. Sin duda, uno de los movimientos más audaces del gobierno mexicano para arrebatarle el control del sector energético a las grandes transnacionales fue el decreto para nacionalizar el litio, mineral estratégico en el desarrollo de la economía digital.
En estas acciones se observa un rearmado del sector público para aumentar su capacidad de conducir el desarrollo nacional, en momentos en donde la Guerra Rusia-Ucrania puso en evidencia el peligro que representa la dependencia energética -y alimentaria- con el exterior (recuérdese la situación de la Unión Europea y su dependencia de los energéticos rusos, así como el bloqueo hacia Ucrania para la exportación de granos básicos).
Otro rubro clave de este nuevo modelo económico lo son las inversiones del sector público en materia logística en áreas estratégicas para aumentar el atractivo y la competitividad de nuestro país: el Tren Maya, el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA), y el corredor interoceánico del Istmo de Tehuantepec, entre las más destacadas. Esto permitirá aprovechar el gran momento por el que atraviesa el país por el llamado nearshoring (relocalización de la producción) para crear las ventajas competitivas frente al exterior. Sumado a ello, México tiene una ventaja comparativa innata por su ubicación estratégica, al estar al lado de la mayor economía del mundo.
En el contexto actual, de economías abiertas y globalizadas, en donde la competencia por atracción de IED es cada vez más disputada entre las naciones (baste recordar cuántos países pelearon la inversión de Tesla y que finalmente ganó México), mantener un entorno macroeconómico estable es una condición necesaria, pero no suficiente para ser un país atractivo, pues si ésta no viene acompañada de estabilidad política y social, así como de la infraestructura logística adecuada, los capitales simplemente buscarán otro lugar donde invertir. De ahí que se pronostique que tan sólo el proyecto del corredor interoceánico podría, cuando este en ejecución, aportar hasta 5 puntos porcentuales adicionales al PIB, según calcula la Secretaría de Economía.
Todo lo anterior va estructurando un sector público fortalecido y con capacidad de maniobra para impulsar el desarrollo nacional, encaminado al logro de la soberanía energética, alimentaria, la reducción de la dependencia exterior y con motores endógenos de crecimiento económico. Estamos ante un modelo económico sui generis que combina medidas neoliberales en lo macroeconómico, con políticas de impulso a la economía familiar, que lo acercan a un Estado de bienestar, con rectoría del Estado en sectores estratégicos.
Desde luego estos cambios estructurales llevan tiempo para ver sus resultados, pero tal como se están presentando los datos económicos, podemos confiar en que se han sentado las bases para el despegue económico de México. No es de extrañar que México siga escalando entre las mayores economías del mundo (ya se superó a España, y en horizonte cercano está por superar en tamaño de su PIB a Australia y Corea del Sur).
Lo anterior no desconoce los grandes retos nacionales: en materia de seguridad, en la consolidación del Estado de Derecho, en la reforma al poder judicial, por solo señalar los más destacados y, desde luego, el gran dilema electoral en 2024 para elegir entre dos proyectos de nación. El destino, como siempre, está en nuestras manos.